En el delta del Amazonas, donde el río más caudaloso del mundo se encuentra con el Atlántico, las corrientes son endiabladas. Los vecinos de Sucuriju, una recóndita aldea de postal, resisten hace más de un siglo en un paisaje tan bello como hostil. Casitas de madera pintadas de colores intensos —rojo, verde, amarillo, rosa…—, dos escuelas, una iglesia católica, un templo evangélico y un ambulatorio apoyados todos sobre pilotes a lo largo de una pasarela de madera que es la calle principal. Incrustada en la reserva natural del lago Piratuba (en el Estado de Amapá, Brasil), llegar hasta Sucuriju requiere estómago y paciencia para una larga travesía costeando en mar abierto por un litoral de manglares. Kilómetros y kilómetros de árboles con las raíces enmarañadas al aire, un tesoro de biodiversidad en la costa de la Amazonia.





