La operación policial que el martes dejó en Río de Janeiro un reguero inédito de muertos (121, según el último balance oficial) es ya objeto de furiosa discusión política, aunque los policías caídos acaban de ser enterrados. Y muchas madres de favela esperan todavía angustiadas localizar a sus hijos o identificarlos. La seguridad pública se coloca así como tema estrella de cara a las elecciones presidenciales brasileñas dentro de un año. Pero la repercusión de la matanza —una de las peores causada por las fuerzas de seguridad en América Latina— trasciende fronteras y reaviva el debate sobre cómo combatir de manera eficaz el crimen organizado en la región más violenta del planeta.




 
                                








 
			 
                                

